Pasando que hay lugar en el fondo

| domingo, 27 de mayo de 2007


Siempre pequé de gustos raros. Cuando niño quería desesperadamente un poney. Creo que el mayor problema era que los caballitos eran considerados como un entretenimiento para niñas. Por suerte no afectó mi sexualidad en lo más mínimo, lo cual comprueba que no existe un juguete de nena y otros de nene… Si mijo podes jugar con la Barbie de tu hermana, y si mija podes jugar con los autitos de tu hermano.
Los muñecos de acción (que tenían cola y cresta de nylon para peinar y unos dibujitos en la parte superior de los muslos), las t-shirts, el plato, el vaso (era doble con agua y brillantina entre ambas partes, se acuerdan de esos, ¿no?), los peluches, los VHS de la serie animada, no me alcanzaban. Mi amor por los poneys era muy grande.
Yo quería uno de verdad, que me lleve de paseo, blanco y en lo posible con alas.
Mi madre decía que era muy caro, por ende se lo encomendé a Papá Noel (porque no soy Judío). Esa navidad aparte de otros regalos recibí una carta que decía que los poneys no viven en el Polo Norte y que además yo no tenía el espacio necesario para poder tener uno.
Ahora de grande se que es mentira, además de que Papá Noel son los padres claro.
Cosas más grandes han entrado en lugares más pequeños…

1 comentarios:

Medianoche dijo...

Pasando que hay lugar en el fondo… solo eso necesitaba este post... esa imagen habla por si sola, el resto sobra.
Es una publicidad exquisita, delicada, sutil e inteligente. Tengo miedo de haberla arruinado con mi relato de infancia.

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